El autor de este blog
publicó recientemente un comentario sobre
Batman, el caballero de la noche (
The Dark Knight, Christopher Nolan, 2008) en el que esbozó una serie de apreciaciones y juicios de valor. Es, hasta el momento, el post más comentado de
Cinematófilos. También el más cuestionado. Ante ese panorama, el bloguer decidió hacer las cosas como se debe. Primero vio
Batman inicia (
Batman Begins, Christopher Nolan, 2005), lo que lo exculpa sólo en parte por algunos de los improperios expuestos. Y luego volvió al cine para ver otra vez la segunda entrega de la saga.
De ahí surgen estas líneas, que tiene como objetivo rectificar unas cuantas cuestiones y ratificar algunas pocas para, así, evitar acusaciones por el ejercicio impune de la crítica. Además,
El caballero... se estrena mañana en España, lo que promete revitalizar la discusión en los blogs.
Uno. El primer párrafo de aquella entrada ("Casi todos los superhéroes del cómic estadounidense tiene una impronta claramente conservadora" y bla, bla, bla...) se podría aplicar a varias de las películas del subgénero de superhéroes, pero no a
El caballero de la noche. El Bruce Wayne de Nolan no crea al hombre-murciélago para mantener un orden sino todo lo contrario. Surge como el intento por cambiar una sociedad corrupta, que desprende un olor nauseabundo. Esto es más que evidente en
Batman inicia, pero también queda claro en su continuación. "El Guasón cruzó la raya", se queja Wayne, palabras más o menos. "Pero usted cruzó la raya primero", responde el mayordomo Alfred.
Dos. La respuesta de ese sistema burócrata y corrupto es el Guasón. Pero el desquiciado personaje no llega a restaurar aquel orden previo a Batman. Irrumpe como una broma macabra, sin reglas ni código. Es un demente que no persigue intereses comunes y silvestres. El caos.
Tres. Entre el héroe y el villano se sitúa
Harvey Dent, la gran apuesta de Batman y su mayor fracaso. También, el punto más flojo de la película: su transformación, de fiscal incorruptible a vengador implacable, es demasiado repentina y bordea lo inverosímil.
Cuatro. Pero la película permite otra lectura, que no choca con la anterior sino que circula por carriles distintos. Lo plantea el crítico estadounidense Dave Kehr
en su blog, donde además se armó una interesante discusión a la que se sumó, entre otros, Kent Jones. En
una clásica escena de
Harry el sucio (
Dirty Harry, 1971), Callahan aprieta a un tipo, que está herido y tirado sobre el césped de un estadio, para que le diga algo. Cuando le pisa la pierna lastimada la cámara de Don Siegel se aleja, toma distancia del accionar del policía. En el film de Nolan eso nunca ocurre. Sí, Bruce Wayne sabe que invadir la privacidad de millones de personas no está bien. Lo hace una sola vez, de manera excepcional, y lo deja en manos de otro para que ese perverso método no vuelva a repetirse. Pero lo hace -se ve forzado a hacerlo, intentaría justificar el millonario- porque el fin justifica los medios. A pesar de cierta ambigüedad de Nolan, que abraza y cuestiona al mismo tiempo, aquí sí pueden ser válidas las lecturas que equiparan los modos de Batman con la política post 11-S de George Bush.
Cinco. Batman se impone al Guasón, pero es una victoria pírrica. El héroe pierde demasiado en la batalla; cuánto recién se sabrá con precisión en una próxima entrega de la saga. Pero, claro, en ese examen social -dilema medio berretón- en los ferrys triunfan las fuerzas del bien. Ahí está el germen de la esperanza. Por eso el Guasón se guarda una carta (
Harvey Dent, ahora Dos Caras) en la manga: la gente, en el fondo, es buena.
Seis. Toda esta revisión no invalida los párrafos cuatro y cinco de aquella fallida entrada. Es decir, la valoración final de la película. Es buena (de a ratos muy) y entretenida, con algunas escenas notables (el robo del banco, al comienzo), otras demasiado retorcidas (la persecución del camión policial que transporta a Dent) y algunas inverosimilitudes (la desaparición programada de Gordon, el escape de prisión del Guasón). También es cierto que hay demasiados saltos temporales y geográficos. Pero -casi da vergüenza tener que explicarlo- esto no es neorrealismo italiano sino la historia de un millonario que de noche se disfraza y sale a combatir el delito. No se le pueden pedir goles al arquero.
Siete. La película, se dijo, tiene sus méritos y se ubica entre los mejores
blockbuster de los últimos años. Pero ha generado una reacción desproporcionada, apuntalada en una gigantesca e ingeniosa campaña de marketing y en la desgraciada pero oportuna muerte de Heath Ledger. Que ya se ubique como el mejor film de la historia en
IMDb es una anécdota tan absurda como entendible: en segundo lugar está
Sueños de libertad (
The Shawshank Redemption, Frank Darabont, 1994). Pero no deja de llamar la atención la coincidencia casi unánime de la crítica. Este bloguer se atreve a aventurar que el paso tiempo no le hará nada bien al film, y que por su temática y, sobre todo, su estética perderá gran parte de su encanto con las futuras ediciones en DVD, Blu-Ray o lo que se venga. ■