La calidad de las realizaciones de Roger Corman cayó mucho a fines de los setenta. No tanto el nivel de producción, que siempre había sido más bien bajo, sino lo artístico. Esto se puede explicar desde varios aspectos. "Es una cuestión de ciclos. Cuando yo empecé los grandes estudios dominaban la industria. En los 60 y 70 llegaron los independientes e hicieron mejores y más exitosas películas. Ahora el péndulo volvió a los grandes estudios", sostuvo Corman en un reportaje con el diario Clarín en marzo de 2002, cuando estuvo en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
En la misma entrevista, una líneas más abajo, brindó una mirada mucho más interesante sobre el asunto: "Cuando Tiburón salió, Vincent Canby, el entonces crítico de The New York Times, escribió: '¿Qué es Tiburón sino una película de Corman con gran presupuesto?'. Tenía razón, pero no del todo. No sólo era más grande sino mejor. La resurrección de los grandes estudios se debió a éxitos como Tiburón y Star Wars. Cuando vi esos filmes me di cuenta que estaba en problemas, porque hacían mis películas en grande. Lucas, Spielberg y esa generación de cineastas crecieron viendo mis películas y cuando tuvieron su oportunidad las hicieron en grande".
Este descenso en la calidad se ve con nitidez en las producciones realizadas en Argentina. Está claro que ninguna de las diez películas tuvo trascendencia como obra, y tampoco fueron éxitos de taquilla. Además, ninguno de los actores y técnicos argentinos que participaron en ellas pudo desarrollar luego una carrera en Estados Unidos. ¿Qué aportó entonces el paso de Corman por nuestro país?
Por un lado, durante ocho años estas películas ofrecieron una fuente de trabajo con cierta constancia y regularidad para una industria -si es que cabe el término- que en aquellos años no pasaba por su mejor momento. Olivera dijo hace unos años que fueron "imprescindibles para mantener abiertos los estudios (Baires)". Según publicó La Razón el 5 de mayo de 1985, La muerte blanca (Cocaine Wars) costó alrededor de un millón de dólares. Para tener un parámetro de comparación, en Brigada explosiva: misión pirata (Rodolfo Ledo, 2008), una película más cara que el promedio de las producciones actuales del cine argentino, se invirtieron 1,2 millón de dólares. Es que una película de bajo presupuesto estadounidense sería una superproducción en unos cuantos países.
Pero hay otro aspecto, más importante. Luego de Deathstalker, realizada en el verano de 1983, en nuestras pampas se filmaron varias producciones clase B, en muchas de las cuales estuvo vinculado el productor Luis Sartor, como La venganza de un soldado (Vengeance of a Soldier, David Worth, 1984), con John Savage y María Socas; Contacto ninja en la Argentina (Rage of honor, Gordon Hessler, 1986); Sin escape (Catch the Heat, Joel Silberg, 1987); Entre rejas (Jailbird Rock, Phillip Schuman, 1988); y Norman's Awesome Experience (Paul Donovan, 1989).
También hubo producciones más importantes, de mucho mayor presupuesto y trascendencia, como La misión (The Mission, Roland Joffé, 1986), con Robert De Niro, Jeremy Irons y Liam Neeson, candidata a siete premios Oscar; Fábrica de locuras (Gung Ho, Ron Howard, 1986), con Michael Keaton; Naked tango (Leonard Schrader, 1991), con Vincent D'Onofrio; y Highlander 2 (Highlander II: The Quickening, Russell Mulcahy, 1991), con Sean Connery, Virginia Madsen y Christopher Lambert.
De chicas superpoderosas, héroes reciclados y actrices porno.
La biografía de su página web oficial la describe como una mujer "optimista y alegre", que tenía el don único de generar sonrisas dondequiera que vaya. Y asegura que las palabras no alcanzan para narrar su encanto, su belleza y su espiritualidad.
Otras voces, en cambio, contaron historias mucho más turbias. Un ex representante suyo dijo que sabía manejar "todo tipo de armas, desde pistolas hasta ballestas". Y fuentes citadas por la revista Vanity Fair aseguraron que a principios de los noventa integró el exclusivo catálogo de Jody "Babydol" Gibson, la madama más famosa de Hollywood.
Lana Jean Clarkson nació en Long Beach, California, el 5 de abril de 1962. Rubia, de ojos claros, un metro ochenta y pronunciadas curvas, luego de algunos intentos poco trascendentes en el modelaje debutó en la pantalla grande con un papelito en Picardías estudiantiles (Fast Times at Ridgemont High, Amy Heckerling, 1982), película que aunque tiene sus méritos es más recordada por ser uno de los primeros trabajos importantes de Sean Penn y por el topless de Phoebe Cates.
Se sucedieron algunas apariciones en films y series de televisión para nada recordables y una participación como extra en Scarface (Brian de Palma, 1983) hasta que Lana Clarkson llegó a Buenos Aires, a fines de 1982, para participar de Deathstalker (1983), la primera de las producciones de Roger Corman en Argentina.
Su historia, desde ya, no debería generar demasiado interés. Sin embargo ocupó buen espacio en la prensa de todo el mundo hace cinco años. Entonces surgieron las versiones sobre un pasado oscuro. Y los elogios desmesurados porque, se sabe, nada redime más que la muerte: en las primeras horas de la mañana del 3 de febrero de 2003 Lana Clarkson fue hallada sin vida, con un disparo en la boca, en una mansión de West Hollywood propiedad del legendario productor musical Phil Spector [1].
Las mujeres al poder
El rol de Lana en Deathstalker fue secundario, casi una excusa para una irrisoria escena de sexo con Rick Hill en el medio del bosque. Pero su siguiente película en nuestras pampas probablemente sea hoy lo más recordado de su carrera: Reina salvaje (Barbarian Queen, 1985, conocida en España como La reina de barbaria), dirigida por Héctor Olivera.
El subgénero de espadas y brujerías que reinstauró Conan, el bárbaro (Conan the Barbarian, John Milius, 1982) se puede dividir en dos ramificaciones. Por un lado, las películas de héroes musculosos; por otro, las de heroínas bellas y aguerridas. Barbarian Queen se inscribe en este último grupo, que dominó buena parte de la producción fantástica de Corman en Argentina.
Lana interpreta a Amethea, la prometida del príncipe de la tribu, Argan (el ignóto Frank Zagarino, de prolífica e irrelevante carrera). Pero en el día de la boda sufren un despiadado ataque, en el que mueren decenas de aldeanos y son secuestrados otros tantos, entre los que se cuentan su novio y su hermana (Dawn Dunlap, que en 1979, siendo menor de edad, se había puesto en bolas en Laura, las sombras del verano).
Si vieron el primer video podrán suponer que Amethea sobrevive al fuego. Junto a su amiga Estrild (Katt Shea, que luego escribiría y dirigiría algunas películas para Corman) jura venganza y emprende el camino para liberar a su prometido. Aunque la idea de la mujer que toma las riendas del asunto pueda parecer liberal y feminista al estilo Russ Meyer, en realidad la rubia se mueve en base a una consigna bastante conservadora: la indignación por la cancelación forzosa de su boda. Parece que en este violento mundo hasta las guerreras sueñan con casarse de blanco.
Amethea y Estrild serán acompañadas en su aventura por una de las sobrevivientes de la masacre: Tiniara, compuesta -bueno, es un decir- por una extraviada Susana Traverso, que no logra disimular sus problemas con el inglés. Hay otros dos argentinos que tienen una participación de importancia, uno en cada bando: Víctor Bo como Strymon y Armando Capó (Arman Chapman en los créditos) como Arrakur.
La película, floja por dónde se la mire, no esquiva ningún lugar común, y las frecuentes coreografías de pelea son bastante deslucidas. Los diseños de María Julia Bertotto y las escenografías fueron recicladas, con algunos retoques, de Deathstalker y The Warrior and the Sorceress (1984). Otra vez, el afiche puede generar expectativas desmedidas.
Con todo, Olivera logró una escena, la más bizarra del film, que con los años pasó a ser de culto (en ámbitos muy reducidos, es cierto). La protagonizan Lana Clarkson, que en la ficción fue capturada por los malos, y el argentino Roberto Catarineu, que aporta lo suyo con un inglés pausado y una interpretación excesiva. No será tan célebre como "siempre nos quedará París" o "amo el olor del napalm por la mañana", pero la frase del perverso Karax ("Debés estar muy orgullosa. Estás haciendo una contribución a la ciencia") merece un lugarcito en la historia del cine bizarro.
La participación de actores y actrices locales no se agota en los ya mencionados. También actúan una veinteañera Andrea Barbieri (Andrea Barbizon en los créditos); Matilde Mur, que había tenido acción en películas de Los Parchís; Arturo Noal, legendario stunt men criollo; Arévalo, el de las pulseadas de Sofovich; el infaltable Marcos Woinski. Y hay una aparición de lo más curiosa: Eddie Pequenino, que figura como Eddie Little [2].
La película tuvo una secuela (Barbarian Queen II: The Empress Strikes Back, Joe Finley, 1989, título que hace obvia alusión a la segunda parte de la saga de Star Wars), filmada en México. Corman, siempre atento a las autovindicaciones, sostuvo años después que la reina bárbara de Lana Clarkson fue la precursora de Xena, la princesa guerrera, exitosa serie de TV de los noventa. Algo es algo.
La mano de Sessa
Alejandro Sessa era socio de Aries en los primeros ochenta, y su hábil intervención fue muy importante para lograr que Corman instale sus equipos en Argentina. En 1986, bajo el seudónimo de Alex, debutó detrás de cámara con Amazonas (Amazons, también conocida en algunos países como El enigma del talismán).
La protagonista es Mindi Miller (Windsor Taylor Randolph en los créditos), hija del reconocido stunt de los cuarenta Dave Kashner, y venía de tener una breve aparición en Doble de cuerpo (Body Double, Brian De Palma, 1984). La secundan otras dos rubias, madre e hija en la ficción: Penelope Reed, de quien, por desconocida, nada se puede decir; y Danitza Kingsley [3] como la traicionera Tshingi.
Pero el actor más importante de Amazons es Joseph Whipp, con una larga aunque no muy conocida trayectoria en cine y televisión. Sus roles más importantes fueron junto a Wes Craven en Pesadilla (A Nightmare on Elm Street, 1984) y Scream (1996), pero su carrera cuenta casi un centenar de trabajos. Un actor en serio, lo que no es poco para este tipo de producciones.
Charles Saunders, autor del guión, no estuvo demasiado imaginativo y le dio fuerte y al medio. La ciudad amazona de Imbissy es atacada por los guerreros del brujo Kalungo (Whipp). En el combate las amazonas son derrotadas y deben replegarse a la capital de su reino. Entonces deciden que Dyala (Miller) y Tashi (Reed) salgan en búsqueda de la espada Azundati, que siempre protegió a su tribu de las amenazas. En el medio hay traiciones, cursilerías, muchos desnudos, (d)efectos especiales y una película flojísima, probablemente la peor de las realizaciones cormanianas en nuestro país. En el blog La abadía de Berzano se puede leer un comentario bastante más completo al respecto.
¿Argentinos? Claro, cómo no. Sobre todo varias caras conocidas de estas producciones: María Fournery, Armando Capó, Esther Velázquez, Marcos Woinski, Anita Larronde, Linda Guzmán, todos en roles bastante marginales. Dos compatriotas se destacan en el elenco, no tanto por su participación en la película sino por sus historias personales. Uno es Jacques Arndt, un tipo nacido en Austria hace casi cien años que escapó del nazismo, habla seis idiomas y tuvo una extensa carrera en el cine nacional [4]. La otra, Noelle Balfour, que algunos recordarán como la ardiente chica de Luna caliente (Roberto Denis, 1985) y otros como la tapa de Playboy de abril de 1987. Tal vez algunos pocos sepan que además fue la traductora que hizo papelones en la cancha de River, durante la primera visita de los Guns N' Roses a Argentina [5].
De la segunda película que Sessa dirigió para Corman muy poco se puede decir. No porque El ojo de la tormenta (Stormquest, 1987) no merezca un comentario, sino porque es casi imposible hallarla. Ni siquiera está en el eMule, y la única posibilidad parece ser pagar 20 dólares en eBay por un VHS viejo y sin subtítulos. Por esos misterios de la cinematografía, el film se editó en DVD en Francia con el título de Kimbia, la cité des femmes, aunque según el autor del blog Welcome to Nebalia también allá es difícil de conseguir. Tampoco integra la lista de Bad Cinema Diary. Por lo tanto, después de mucho googlear sólo aparecieron el trailer, un par de pósters y alguna imagen.
Como habrán visto una de las protagonistas es Mónica Gonzaga, que tuvo su momento de gloria en los ochenta con iniciativas meramente comerciales tipo Los bañeros más locos del mundo (Carlos Galettini, 1987). Gonzaga fue la última pareja de Sessa, que murió en julio de 1998, a los 60 años.
Los estadounidense al frente del elenco son tan desconocidos como complicado es conseguir la película: la comediante Linda Lutz, Kai Baker, Rocky Giordani, Brent Huff, Dudu Mkhize. Sí, en cambio, se sabe más sobre los argentinos: Roxana Randón, de nutrida participación en teatro y en varias realizaciones televisivas; Pía Uribelarrea, con más de veinte películas en su haber; la ochentosa Ana María Ricci; y, una vez más, Marcos Woinsky, que a esta altura ya podría ser catalogado como el Sarmiento de las producciones de Corman en Argentina.
La única reseña que aparece en la web es la de Sandra Brennan en la All Movie Guide. Dice: "Esta aventura fantástica se sitúa en medio de una selva habitada por las temibles mujeres amazonas. Las chicas guerreras tienen un tabú terminante que les prohíbe fraternizar con los varones, y cuando encuentran una del clan con un hombre la condenan a ser ejecutada. Su amante ilícito trata de salvarla con la ayuda de una tribu próxima de guerreros masculinos". Y le coloca una estrella y media sobre cinco.
En YouTube hay un video con una breve escena de la película en la que, suponemos, los malos torturan a las buenas. Al menos sirve para conjeturar que no nos estamos perdiendo gran cosa.
Segundas partes bastante buenas
El director más importante que trajo Corman se hizo cargo de la última coproducción del género fantástico. Está claro que su obra no figurará en los libros de historia. Tampoco integra la lista de autores del exigente Andrew Sarris. Pero al menos adquirió luego, con más de medio centenar de realizaciones, bastante fama dentro del cine de bajo presupuesto.
Jim Wynorski nació el 14 de agosto de 1950 en Long Island. Trabajó por primera vez para Corman como guionista de Los bárbaros (Sorceress, Jack Hill, 1982), filmada en México. Pero la confianza del rey de las B-movies se la ganó luego de su paso por América del Sur. Le dijo, desafiante, que él podía filmar cualquiera de sus películas de bajo presupuesto de los sesenta en el mismo tiempo en que se había hecho originalmente. Sólo puso una condición: que se actualizara el valor de los costos de la producción de aquella época. El resultado de la apuesta fue Vampiros del espacio (Not of This Earth, 1988), remake de Emisario del otro mundo (Not of This Earth, Roger Corman, 1957), en la que la Traci Lords realiza su primera actuación fuera del porno [6].
Wynorski dirigió en Argentina la continuación de El cazador de la muerte (Deathstalker II: Duel of the Titans, 1987). A pesar del título no se trata de una continuación, porque la historia tiene muy poco que ver más allá del nombre del héroe. La protagonista es Monique Gabrielle, que en ese momento era la novia del director, en una doble interpretación para el espanto. Aunque la rubia trabajó en unas cuantas películas nunca hizo nada realmente destacable. Hace un par de años que parece haberse retirado de la actuación "seria", y algunas versiones sostienen que se dedica al porno casero en su casa de Florida.
De los demás yankis del elenco hay poco. Deathstalker no es el original Rick Hill sino John Terlesky, con un perfil canchero, más cercano al Bruce Willis de Duro de Matar que al Schwarzenegger de Conan. El malo a derrotar es John Lazar, que había trabajado con Russ Meyer en Beyond the Valley of the Dolls (1970) y Supervixens (1975). Y también aparece Toni Naples, que siempre fue una especie de versión menos lucida y voluptuosa de la eterna clase B Julie Strain.
Deathstalker II fue una de las producciones de menor costo de la serie. Esto se explica, en parte, por la reutilización de recursos. Además del habitual reciclado de las escenografías de los Estudios Baires y de los vestuarios, aquí se suma como nunca antes la reedición de escenas de films anteriores. Es así que aparecen personajes que habían muerto en la primera Deathstalker, como los interpretados por Víctor Bo, Richard Brooker y Arévalo. También hay imágenes de Amazons. De todas maneras logra ubicarse entre lo mejorcito que produjo Corman en Argentina gracias un mérito, casi el único: la película nunca se toma en serio.
La participación de argentinos es más abundante detrás de las cámaras que delante. Sólo María Socas y Marcos Woinsky tiene papeles importantes y con diálogos, y sobre el final se lo ve a Jacques Arndt. En cambio, en los rubros técnicos aparecen Marisa Urruti (efectos especiales), Marta Albertinazzi (diseño de producción), Leonardo Rodríguez Solis (fotografía) y algunos más que no figuran en los créditos.
La saga no se agotó aquí. Hubo una tercera parte, Deathstalker and the Warriors from Hell (Alfonso Corona, 1988), rodada en México. El elenco estuvo encabezado por John Allen Nelson (algo así como el George Lazenby de Deathstalker), luego protagonista de Payasos asesinos del espacio (Killer Klowns from Outer Space, Stephen Chiodo, 1988) y con participaciones en las series Baywatch y 24. Y hasta una cuarta, Deathstalker IV: Match of Titans (1990), filmada en Bulgaria. Esta última entrega la dirigió Howard R. Cohen, que estuvo varias veces en Argentina como productor de Corman, y marcó el regreso del héroe original, Rick Hill, ahora acompañado por Maria Ford.
Nos queda la cuarta parte (y última, lo juro, porque esto ya se está extendiendo tanto como la saga de Martes 13). Con datos y testimonios, intentaremos analizar qué aportes hizo a la industria cinematográfica local el paso de Roger Corman por Argentina. ■
[1] Harvey Philip Spector comenzó a trabajar en la música a fines de los cincuenta con su propio grupo, The Teddy Bears, que pegó un par de hits. En los sesenta produjo a Ike y Tina Turner, entre otros, y en 1970 trabajó junto a los Beatles en Let it be. En la década siguiente colaboró con John Lennon, George Harrison y los Ramones y luego se mantuvo bastante al margen del negocio músical. Integrante del Salón de la Fama del Rock and Roll, volvió a la tapa de los diarios en 2003 con la muerte de Lana Clarkson, que fue allada en su casa con un disparo en la boca. Fue detenido y acusado de asesinato. "Besó el arma", explicó él, que siempre sostuvo que se trató de un suicidio. El juicio, en el que muchos vieron similitudes con el de O. J. Simpson, comenzó el 19 de marzo de 2007. Fue televisado, lo que permitió que todo el mundo viera imágenes de la escena del crimen que, aunque están por todo internet, aquí preferimos no reproducir. En septiembre, luego de que el jurado no lograra alcanzar un veredicto unánime (estaban diez a dos a favor de condenarlo), la Justicia de Los Angeles declaró el proceso viciado de nulidad y mandó a revisar el caso, que podría reabrirse a mediados de este año. Una nota del New York Times (en ingles) explicó el año pasado los motivos de la decisión judicial. En el momento de su muerte Lana tenía 40 años. Casualmente, había nacido en la misma fecha que Roger Corman y Héctor Olivera: 5 de abril. [2] Eduardo Pecchenino nació en Buenos Aires el 1 de abril de 1928. Se lo recuerda sobre todo por su participación, bajo el seudónimo de Eddie Pequenino, en Domingos para la juventud (conducido entonces por Orlando Marconi) y en las películas de Palito Ortega de los sesenta y setenta. Fue trombonista, músico de jazz y, para muchos, un precursor local del rock. Cuando murió, el 21 de julio de 2000, a los 72 años, Clarín, La Nación y Página/12 brindaron una importante cobertura para recordar su trayectoria. [3] Aunque luzca una fotito en su perfil de IMDb, a Danitza Kingsley sólo se la recuerda como actriz en los círculos más frikis de Star Trek. Es más conocida en su rol de fotógrafa, como Danica Perez. Según se ve en su página web, se interesa especialmente en los embarazos, a los que considera "una gran bendición". Nicole Mitchell (ex de Eddie Murphy) y Kelly Preston (esposa de John Travolta), entre otras famosas, pueden dar testimonio de esto. [4] Jacques Arndt llegó a Argentina a los 21 años, luego de escapar del nazismo en Viena. Unos años después comenzó a trabajar en teatro y en 1948 debutó en cine con La hostería del caballito blanco (Benito Perojo). Desde entonces trabajó en casi cincuenta películas, y en los ochenta integró los elencos de varias de las producciones estadounidenses filmadas en nuestro país. Lo debe haber ayudado su facilidad para los idiomas: habla seis, todos aprendidos de oído. Su último trabajo en cine fue en De amor y de sombras (Of Love and Shadows, Betty Kaplan, 1994), basada en la novela de Isabel Allende, donde interpretó a Augusto Pinochet. En 2006 La Nación reflejó su vida en un extenso reportaje. [5] Los Guns N' Roses llegaron a Argentina por primera vez en diciembre de 1992 en medio de polémicas acerca de la supuesta "actitud antiargentina" de la banda. En el sitio Mundo Gunner hay un resumen bastante descriptivo de aquella visita. Con cierto clima de tensión, el primer show se realizó el 5 de diciembre en la cancha de River. Axl Rose interrumpió un par de veces el espectáculo para hablar con el público, ya que algunos escupían y tiraban cosas al escenario. Para eso utilizó una traductora, a la que llamó "Noel". Esa chica no era otra que Noelle Balfour, que tuvo bastantes problemas con el inglés, sobre todo por el lenguaje procaz de Axl. En YouTube se puede ver el video de aquel incómodo momento, que incluye subtítulos. Evidentemente los nervios le jugaron una mala pasada, porque luego Noelle trabajó en varias películas, aunque muy menores, en Estados Unidos, como Different Strokes (Michael Paul Girard, 1998), una softcore con Dana Plato, y Paper Bullets (Serge Rodnunsky, 2000). Incluso tuvo una participación en un capítulo de Seinfeld (The Abstinence, de 1996, noveno episodio de la octava temporada de la serie). Sí, también tenemos video de eso. [6] Luego de su paso por Argentina y de la apuesta con Corman (que él asegura haber ganado), Jim Wynorski hizo una prolífica carrera dentro del cine de bajo presupuesto que hoy lo sigue mostrando muy activo. Con infinidad de seudónimos (sobre todo Arch Stanton y Jay Andrews), sus películas no suelen ahorrar sangre y, sobre todo, desnudos femeninos. Muchas veces rozan lo pornográfico. No hay demasiado para destacar: probablemente lo más notorio, no tanto por sus méritos cinematográficos sino por el nivel de la producción, sea The Return of Swamp Thing (1989), basada en el cómic de DC, con Heather Locklear; Vampirella (1996), con la ex chica Bond Talisa Soto; y Raptor (2001), con Eric Roberts. Entradas relacionadas > Hollywood en Don Torcuato (primera parte) > Hollywood en Don Torcuato (segunda parte) > Hollywood en Don Torcuato (cuarta y última parte) > Fe de erratas
De magos, espadas, rubios musculosos y mujeres con poca ropa.
El italoamericano James Sbardellati no tenía experiencia como director. Cuando llegó a Argentina, en el verano de 1982, sus únicos antecedentes habían sido como asistente de dirección en un par de producciones de Roger Corman. Tal vez por eso se la pasaba gritando. Daba sus órdenes de muy mala gana, como si se tratara de un genial artista de larga trayectoria.
Una tarde, mientras se filmaba una escena en uno de los patios de los Estudios Baires, el director de fotografía, Leonardo Rodríguez Solís, propuso utilizar una pantalla reflectora de la luz solar para iluminar el rostro de los protagonistas. Para eso había que subirse a alguna de las dos torres que formaban parte del decorado. El personal técnico se negó: el endeble estado de las estructuras no ofrecía seguridad para trabajar. El rodaje se detuvo entonces unos minutos mientras el Sol comenzaba a ocultarse.
Sbardellati, muy atento a que los costos y las fechas de producción se cumplan al pie de la letra, se puso loco. Insultó en inglés y a los gritos a todo el mundo y trepó a una de las torres. Como para demostrar que esos sudacas eran unos cagones, al llegar a lo más alto comenzó a saltar con furia. Cuando bajó, con aires triunfales, ordenó retomar el trabajo. Ante semejante demostración de coraje un técnico se animó a subir. Unos minutos después, ya en plena filmación, el viento sopló un poco más fuerte y la torre se desplomó: milagrosamente no hubo muertos, pero el valiente argentino que estaba arriba pasó varios meses en el hospital.
La anécdota la cuenta Diego Curubeto en Babilonia Gaucha. Corresponde a la filmación de El cazador de la muerte (Deathstalker, 1983), la primera de las coproducciones que Corman y Aries Cinematográfica Argentina realizaron en el país en la década del ochenta, y da una idea sobre cómo se desarrolló esta curiosa asociación. En la entrada anterior se habló de los tres policiales dirigidos por Héctor Olivera. En esta segunda parte se hará eje en las películas del subgénero de espadas y brujerías, sin dudas lo más bizarro, berreta y divertido de toda esta historia.
Una conejita en Buenos Aires
Como ya se dijo, estas producciones intentaban colgarse del éxito de Conan, el bárbaro (Conan the Barbarian, John Milius, 1982). La cuestión se potenció con el estreno de Conan, el destructor (Conan the Destroyer, Richard Fleischer, 1984), de nuevo con el inflamado Arnold, esta vez acompañado por Grace Jones y el ex NBA Wilt Chamberlain. Pero mientras el hoy gobernador de California se convirtió en una estrella, el protagonista de Deathstalker nunca trascendió: Rick Hill, un ignoto grandulón platinado al estilo He-Man, tiene como punto más alto de su curriculum un papelito mínimo en Mentiroso mentiroso (Liar Liar, Tom Shadyac, 1997), la de Jim Carrey.
Aunque Hill encabezaba los créditos la verdadera estrella de la película era la playmate Barbi Benton, ex esposa de Hugh Hefner [1], que contaba varias apariciones en la revista del conejito. Bernard Erhard, pelado y con un tatuaje en la cabeza, hizo de malo. Y Richard Brooker, que venía de interpretar al enmascarado Jason en la tercera parte de Martes 13 (Friday the 13th Part III, Steve Miner, 1982), fue una especie de segunda guitarra de Hill en la ficción y además se hizo cargo de las coreografías de las peleas.
Como se ve en el video, la película arranca con un contrapicado que juega con las luces y las sombras, lo que demuestra ciertas pretensiones visuales. Pero el film nunca pasó de allí, y encima el guión es por demás chato, casi una excusa para el desfile gratuito de culos y tetas. Claramente el afiche, obra del peruano Boris Vallejo, promete mucho más de lo que la película ofrece [2].
Un rey destronado le pide a Deathstalker (Hill) que lo ayude a recuperar su reino, ocupado por el malvado Munkar (Erhard). "Hace falta un héroe", le dice. "O un estúpido", responde el rubio. Pero luego la bruja Toralva le explica a Deathstalker que tiene que unir los tres poderes de la creación. En eso también anda Munkar, a quien sólo le falta una espada y organiza un torneo de lucha como ardid para conseguirla.
En el camino de nuestro héroe se unirán Oghris (Brooker) y Salmaron (el argentino Augusto Larreta). Y en un momento se cruzarán con una rubia de un metro ochenta y pronunciadas curvas que venía de ser extra en la Scarface de Brian de Palma y luego tendría más acción junto a Corman y Olivera. Pero de ella nos ocuparemos más adelante.
Entre los argentinos, además de Larreta tiene un papel de cierta relevancia Víctor Bo como Kang, uno de los malos que sobre el final enfrenta a Deathstalker. En la pelea resulta decapitado, pero su cuerpo continúa moviéndose unos segundos. El extra que interpretó al Bo sin cabeza fue Curubeto, lo que explica en gran medida la cantidad de curiosidades y datos de color que incluye en su libro.
Hay más locales en el elenco: Marcos Woinsky, a quien Munkar transforma en mujer para engañar a Deathstalker; un joven Boy Olmi; brevemente, sin diálogos y con menos ropa, Susana Romero (antes de la recordada publicidad de Jockey Club) y Marina Magalí, que había debutado con Leonardo Favio en Nazareno Cruz y el lobo (1975); y la ex Gambas al Ajillo Verónica Llinás, hoy de extensa y reconocida trayectoria en cine, teatro y televisión. Arevalo, el fortachón que tuvo su cuarto de hora con las pulseadas televisivas de Gerardo Sofovich, encarna a un revulsivo hombre-chancho.
También hubo unos cuantos argentinos en los rubros técnicos: Oscar Cardozo Ocampo (música), María Julia Bertotto (vestuario), Emilio Basaldua (dirección de arte). La escena del bacanal, una de las más entretenidas de la película, demuestra que su trabajo no estuvo mal, a pesar de las varias limitaciones.
Sbardellati, el gritón, no tuvo demasiada suerte en su debut como director: Corman lo despidió durante la posproducción. Por eso en los créditos figura con el seudónimo de John Watson, algo que decidieron de común acuerdo.
Kung Fu in the pampas
La segunda película de Corman en Argentina fue sin dudas la mejor, aunque siempre dentro de un panorama bastante pobre. Dos cuestiones explican el salto (más bien saltito) de calidad. Por un lado, se trata de una remake de Yojimbo (1961), el clásico de Akira Kurosawa que ya había sido reversionado como spaghetti western por Sergio Leone en Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964). Por otro, John C. Broderick era un director con más experiencia, ideas y oficio.
Corría el otoño de 1983. Luis Osvaldo Repetto, uno de los dueños de los Estudios Baires Film S.A. [3], era aficionado a la equitación y solía salir a pasear a caballo por el parque de Don Torcuato. Una tarde, mientras cabalgaba se topó con una joven estadounidense que caminaba por las instalaciones. Charlaron unos instantes de trivialidades hasta que Repetto, galante, la invitó a montar. La poca experiencia de ella en estas cuestiones no ayudó y se fue de boca contra el piso. El golpe fue mínimo en comparación con la reacción posterior del novio de la chica, que cuando se enteró del incidente, tal vez en un ataque de celos, golpeó con tanta fuerza una de las paredes de su camarín que terminó con la mano fracturada.
Esto explica que David Carradine, el protagonista de Kain, del planeta oscura (The Warrior and the Sorceress, 1984, editada en VHS por Vestron Video como El guerrero y la hechicera), aparezca con un guante negro y puntiagudo en su brazo derecho durante toda la película: había que disimular el yeso. Aunque siempre fue un clase B (al menos hasta que lo rescató Quentin Tarantino en 2003 con Kill Bill), por el éxito de la serie Kung Fu Carradine era visto como una estrella en Argentina y su llegada causó bastante revuelo [4].
Corman pasó esta vez mucho más tiempo en Buenos Aires y demostró cuáles eran sus intereses: absolutamente ninguno, siempre y cuando la producción no se saliera de presupuesto. Broderick confirmó así que su obra no pasaría a la historia: sus ideas chocaron casi siempre con las limitaciones de recursos. Le habían prometido que los exteriores se filmarían en el Valle de la Luna, pero en San Juan sólo se rodaron algunas breves escenas que se usaron en el comienzo, mientras pasan los títulos, con un extra vestido como Carradine. El resto se hizo en las canteras del Ejército en Campo de Mayo.
Los personajes son aquí bastante más ambiguos y profundos. El film gira en torno a las tensiones entre dos grupos, liderados por tiranos, que se disputan el único pozo de agua potable del planeta desértico. Cuando llega Kain (Carradine) comienza a jugar a dos puntas y, con la ayuda de una espada mágica, termina destruyendo a los dos.
Los líderes de los bandos son Luke Askew, que siempre será recordado como el hippie que les hace dedo en la autopista a Henry Fonda y Dennis Hopper en Busco mi destino (Easy Rider, 1969), y el argentino Guillermo Marín, que en los créditos aparece como William Marin. Anthony De Longis, que tuvo más trascendencia como stunt que como actor, interpreta al lugarteniente de Askew.
La hechicera del título es una chica de poco más de 20 años que tuvo abundante participación en estas coproducciones: María Socas, que se pasa toda -cuando digo toda no estoy exagerando- la película en tetas. Y hay más compatriotas: Miguel Zavaleta, líder de Sueter, y Hernán Gené como dos guardias asesinados por Kain, y Cecilia Narova (Cecilia North en los créditos) como una exótica y sensual bailarina con dos pares de senos [5].
Durante la filmación, los mayores problemas se generaron con una escena muy relevante para la historia. Se trata del intercambio de rehenes entre los malos. Un grupo entrega a Socas y el otro a Rapsel, un asqueroso e inteligente lagarto, mano derecha del personaje de Marín. Luego de varias idas y vueltas en medio de la desorientación del encargado de los efectos especiales, Chris Biggs, se decidió contratar a un enano y disfrazarlo para la ocasión. Broderick intentó disimular la pobreza técnica de la escena desde el montaje, con resultados poco felices.
Aunque Carradine aparece desganado (sobre todo en las escenas de lucha) y se abusa de los interiores poco luminosos, la película no es del todo mala y se deja ver. Está claro que con otro presupuesto el mismo elenco artístico y técnico habría logrado algo mucho más digno.
El león que no pudo volar
La filmación de la tercera película de Corman en el país comenzó mal: un ríspido incidente entre el protagonista Bo Svenson [6] y el director estadounidense Alan Holled terminó con el despido de este último. Héctor Olivera quedó entonces al frente de El mago del reino perdido (Wizards of the Lost Kingdom, 1984, editada en España como Los hechiceros del reino perdido). "Tuve que hacerme cargo de un día para el otro, prácticamente sin haber leído el guión; a medida que iba filmando Américo Ortiz de Zárate -entonces mi asistente- me soplaba qué rol interpretaba cada uno de los actores", contó hace unos años en Página/12.
El film comienza con un breve resumen de Deathstalker que incluye imágenes de aquella película. Pero no se trata de una secuela, porque la historia enseguida dispara para otro lado. A diferencia de las anteriores, que no ahorraban violencia (muy light, es cierto) y desnudos femeninos, esta producción está orientada hacia un público infantil.
Ed Naha, que luego trabajaría en el éxito de la Disney Querida, encongí a los niños (Honey, I Shrunk the Kids, Joe Johnston, 1989), escribió la historia. Simon (Vidal Peterson) es el hijo del mago del reino y está comprometido con una princesa. Cuando llegan los malos encabezados por Shurka (Thom Christopher) y atacan a su padre él intenta escapar con un anillo mágico, pero lo olvida. En el bosque encuentra a Kor (Svenson), que lo ayudará a volver al castillo y recuperar su sortija y su reino.
El guión decía que Simon estaba acompañado por Gulfax, un león alado. Mientras esperaba que los encargados de los efectos especiales le trajeran, como habían prometido, al animal volador, Olivera filmó todo lo que pudo sin Gulfax. Pero un día no se pudo esperar más, y como Richard Lennox y Mike Jones no tenían al felino con alas hubo que improvisar algo. Con unas pieles blancas se creó el traje de una especie de Chewbacca rebozado en algodón. Dentro se movió Edgardo Moreira, entonces esposo de Noemí Alan, que en los créditos aparece como Edward Morrow y también interpreta a Wulfrick, papá del joven mago.
Poco más para decir sobre los argentinos en esta película. Sólo aparecen tres habitués: Augusto Larreta como el rey Tylos; María Socas como la perversa Acrasia, una mujer-insecto; y Marina Magalí (Mary Gale en los títulos) como la sirena Linnea, única que muestra un poco de piel en el film.
Gran parte de los exteriores se rodaron en las cataratas del Iguazú y alrededores. Pero los escenarios naturales no aportan mucho. La película falla por todos lados, y tal vez su único mérito, dudoso por donde se lo mire, radique en que se convirtió en el video infantil más vendido de Gran Bretaña en 1984. Probablemente ese modesto éxito haya llevado a Corman a realizar una secuela, protagonizada por Carradine (Wizards of the Lost Kingdom II, Charles B. Griffith, 1989). Pero esta segunda parte ya no se filmó en las pampas.
Olivera no guarda un buen recuerdo de la experiencia, como dijo en un reportaje con la revista Noticias: "Yo hice películas horribles, como Wizards of the Lost Kingdom, para Roger Corman, y no puse 'pichi pichi', puse mi nombre, porque yo soy lo que hice, bueno o malo". En el citado artículo de Página/12 fue aún más duro: "Creo que fue la peor película que hice en mi vida".
Quedan por ver cuatro de las producciones cormanianas en nuestro país. Y tratar de analizar qué aportes hizo esta experiencia a la industria cinematográfica argentina. Quedan, además, varias curiosidades: la potencia vaginal de una reina bárbara, los problemas con el inglés de una chica nerviosa ante Axl Rose y miles de personas, y una apuesta que sacó a Traci Lords del porno. Sí, todo esto está relacionado con Argentina. Porque el cine no sólo está hecho de superproducciones y grandes obras de arte, sino también de pequeñas historias. ■
[1] Un metro sesenta, 85-60-90, Bárbara Benton enamoró a Hugh Hefner en 1969, cuando ella tenía 18 años y él, 42. Fueron pareja hasta 1979. José Pablo Feinmann conoció a la conejita y lo contó en una divertida columna publicada en Página/12 en 1999. [2] El asunto de los pósters de las películas no es casual. El negocio de Corman era hacer films que más o menos se adecuaran a las condiciones de las distribuidoras menos exigentes de Estados Unidos. La venta de las películas se aseguraba antes de su realización, a partir de un par de afiches, por lo que luego los detalles de la historia y las condiciones de producción pasaban a un segundo plano. En Flickr se puede ver una galería con los pósters de estas películas, que por razones de espacio no fueron incluidos en esta entrada. [3] Los Estudios Baires de Don Torcuato fueron construidos en 1938 por Eduardo Bedoya, subdirector y administrador del diario Crítica. En sociedad con Natalio Botana, propietario del periódico, creó la empresa Baires Films S.R.L. La primera película que se rodó allí fue Ultimo refugio (1941), dirigida por el vienés John Reinhardt y protagonizada por Mecha Ortiz y Pedro López Lagar. Durante varios años fue uno de los estudios de filmación más importantes de América latina, y hoy debe estar entre los primeros de América del Sur. Repetto, sobrino de Bedoya, se integró al negocio en 1971. Parte de las instalaciones se incendiaron en junio de 1997, apenas unos días antes del comienzo de la filmación de Tango (Carlos Saura, 1998), lo que de todas maneras no impidió la realización de la película. [4] Aunque nunca fue una estrella en Hollywood, David Carradine es el actor más importante que trajo Corman a Argentina. Curubeto cuenta en Babilonia Gaucha que a pesar de la mala fama previa se portó bastante bien durante su estadía. Abusó poco del alcohol y le agarró el gusto al mate. Incluso mantuvo la cordura cuando, alertados de la presencia del astro en Don Torcuato, varios fanáticos de las artes marciales se acercaron al lugar con la intención de proponerle, a veces de muy mal modo, una pelea, algo que nunca llegó a concretarse. [5] Muchos argentinos aparecen en estas películas delante de las cámaras. La mayoría no figura en los créditos y tiene apariciones muy breves, por lo que resulta difícil identificarlos. Para peor los sitios IMDb y Cine Nacional no son del todo confiables: presentan diferencias entre sus fichas, además de algunos errores y omisiones. Por eso sólo se menciona a aquellos de los que se pudo comprobar su participación. Sin levantar el teléfono -algo que este bloguer ad honórem todavía no está dispuesto a hacer- no se puede avanzar mucho más en la búsqueda de certezas. [6] El sueco Bo Svenson es un rubio de casi dos metros. Nació en Gotemburgo en 1944 y en su adolescencia emigró a Estados Unidos, donde se alistó en la marina. A fines de los sesenta comenzó a trabajar en televisión y luego en películas de escasa relevancia, como El carnaval de las águilas (The Great Waldo Pepper, George Roy Hill ,1975), junto a Robert Redford y Susan Sarandon. Su carrera nunca tuvo demasiado vuelo y hay poco para destacar: en los ochenta apareció junto a Chuck Norris y Lee Marvin en Fuerza Delta (The Delta Force, Menahem Golan, 1986) y en El guerrero solitario (Heartbreak Ridge, 1986), dirigida y protagonizada por Clint Eastwood. Probablemente lo más recordado de su carrera sea el reverendo Harmony de la segunda parte de Kill Bill (Quentin Tarantino, 2004).
De cuando Roger Corman y sus B-movies invadieron Argentina.
Sería erróneo e injusto intentar trazar la historia del cine de la última mitad del siglo XX sin tener en cuenta a Roger Corman. Figura clave del cine de bajo presupuesto, productor hábil y director inteligente, este hombre nacido en Detroit en 1926 estuvo involucrado en casi 400 películas desde principios de los cincuenta hasta hoy.
Corman fue, además, una especie de iniciador de una nueva camada de directores y actores. A su lado, no sin limitaciones, dieron los primeros pasos algunas de las figuras más importantes del cine estadounidense de los últimos cincuenta años. Francis Ford Coppola, Jack Nicholson, Martin Scorsese, Peter Bogdanovich, Joe Dante, Monte Hellman y John Sayles son sólo algunos de los que pasaron por su "escuela". Como director realizó varias obras interesantes, como sus adaptaciones de Edgar Allan Poe (con Vincent Price en los protagónicos) y, sobre todo, esa joya del humor negro que es La tiendita del horror (The Little Shop of Horrors, 1960). Y en su rol de distribuidor demostró ser un tipo con sensibilidad artística: fue el responsable de que se exhibieran en Estados Unidos algunas películas de Federico Fellini e Ingmar Bergman.
Primero en American International Pictures y luego con su propia productora, New Horizon Films (que fue cambiando de denominación según cuestiones legales y comerciales), Corman se movió siempre dentro del cine de bajo presupuesto, las denominadas películas clase B (B-movies) [1]. El título de su autobiografía, publicada en 1990, es muy claro en este sentido: How I Made a Hundred Movies in Hollywood and Never Lost a Dime (Cómo hice centenares de películas en Hollywood y nunca perdí un centavo).
El 5 de abril de 1956 -casualmente, el día en que Corman celebraba sus 30 años- Fernando Ayala y Héctor Olivera fundaron en Buenos Aires la productora Aries Cinematográfica Argentina. Casi tres décadas después, a principios de los ochenta, sus caminos se cruzaron: Corman y Aries sellaron una curiosa asociación y entre 1982 y 1990 coprodujeron diez películas de bajo presupuesto, de las cuales sólo una se estrenó comercialmente en los cines porteños.
Así, veinte años después de la última producción estadounidense filmada en Argentina (Taras Bulba, de J. Lee Thompson, en 1962) los yankis volvían a las pampas, aunque esta vez con una iniciativa ajena a Hollywood. Se trata de una historia poco conocida y de la que no existen muchos datos en internet, menos aún en castellano. A tal punto que la usualmente infalible Internet Movie Database (IMDb) presenta varios errores e imprecisiones [2].
Espadas y brujerías
La mayoría de las realizaciones de Corman en Argentina intentaban aprovechar el éxito de Conan, el bárbaro (Conan the Barbarian, John Milius, 1982), superproducción de Dino De Laurentiis y la Universal Pictures, con Arnold Schwarzenegger en su primer papel importante y algunos secundarios de prestigio (James Earl Jones, Max von Sydow). Se trata de un subgénero que en Estados Unidos denominan Sword and Sorcery (literalmente, espada y brujería). Pero aquí, en el tercer mundo, el asunto era bien diferente.
En general se seguía una misma regla de producción: la filmación se realizaba en Buenos Aires y alrededores (muchos de los decorados se armaban en los Estudios Baires, en Don Torcuato, y los exteriores se filmaban en los bosques de Ezeiza); los protagónicos estaban en manos de actores estadounidenses y los argentinos ocupaban papeles secundarios y marginales; y a excepción de los puestos clave, la mayoría de los técnicos eran argentinos, aunque muchos aparecían con seudónimo en los créditos. El propio Olivera dirigió cinco de los films, y un par estuvieron a cargo de otro argentino, Alejandro Sessa, que hasta entonces sólo tenía experiencia como productor y fue clave para que Corman llegue a Argentina. Del resto se ocuparon directores estadounidenses.
En mayo de 2001, en una entrevista con el diario La Nación, Olivera se refirió brevemente a aquella experiencia. "Soy absolutamente responsable de mis actos. Reconozco haber hecho bodrios en mi vida como director. Como las películas de encargo de Roger Corman, que eran imprescindibles para mantener abiertos los estudios (...) Nunca filmé con seudónimo...", dijo. Durante los años en que se mantuvo el acuerdo con Corman, Aries alternó entre producciones serias y con ciertas pretensiones, como La noche de los lápices (Olivera, 1986) y El año del conejo (Ayala, 1987), e iniciativas puramente comerciales, sin inquietudes artísticas, como las protagonizadas por Alberto Olmedo y Jorge Porcel: Los reyes del sablazo (Enrique Carreras, 1984), El Manosanta está cargado (Hugo Sofovich, 1987) y Atracción Peculiar (Carreras, 1988), entre otras.
Los motivos de esta extraña asociación, que probablemente no cuente con antecedentes similares en el país, fueron estrictamente económicos. "Eran tiempos de una Argentina barata, de costos de producción muy bajos. El salario de un extra equivalía a tres dólares y Corman no podía desaprovechar esta nueva posibilidad", escribió Olivera en una columna de opinión publicada en Página/12 en 1993.
Corman, que venía de trabajar con varios inconvenientes en Italia, México y Filipinas, realizaba films por unos pocos dólares que luego explotaba comercialmente en Estados Unidos, primero en cines (si llegaban a estrenarse) y luego en VHS, que ya contaba con un mercado más que interesante. Las condiciones de trabajo de los técnicos locales, como puede suponerse, no fueron las mejores, aunque en conjunto las realizaciones significaron una buena experiencia y una fuente de trabajo con bastante continuidad.
El propio Corman habló del tema en 2002, cuando vino a participar del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, también en un reportaje con La Nación. En ese momento se refirió de la posibilidad de reeditar el acuerdo con Aries, lo que finalmente no prosperó. "Ahora que la situación cambiaria es ventajosa y teniendo en cuenta la excelente calidad de los técnicos argentinos es posible que retomemos ese esquema de coproducciones. Las cinco o seis que hicimos juntos durante los años ochenta y comienzos de los noventa tuvieron mucho éxito en Estados Unidos y hasta se estrenaron en salas, algo imposible en el contexto actual en el que este tipo de films se hacen directamente para televisión y el video hogareño". Y agregó: "Una de esas películas que rodamos aquí con Héctor, Deathstalker Stoker (sic), se convirtió en un film venerado por algunos cinéfilos y hace poco figuró entre los 50 mejores exponentes del cine de clase B en una importante encuesta realizada en internet".
Ningún cinéfilo en sus cabales podría venerar seriamente las películas de la factoría Corman-Olivera. Son cutres, como dirían en España: producciones descuidadas, de mala calidad, con guiones flojos y actuaciones irrisorias. Los personajes tienen menos profundidad que el ataque de Instituto. No resisten el menor análisis, sobre todo la saga de sword and sorcery que comenzó en 1983 con El cazador de la muerte (Deathstalker), dirigida por el californiano James Sbardellati.
Tres policiales
La lista de técnicos argentinos involucrados en estas producciones es extensa. En algunas el vestuario estuvo a cargo de María Julia Bertotto, hija de la actriz María del Río y esposa de José Pablo Feinmann. En cuatro films se encargó de la música Oscar Cardozo Ocampo, muerto trágicamente en un accidente de autos en julio de 2001. Frecuentemente el director de fotografía era Leonardo Rodríguez Solís. Y siguen las firmas.
Feinmann también fue de la partida y trabajó en los guiones de dos películas, ambas dirigidas por Olivera y que fueron directamente al video, tanto aquí como en Estados Unidos [3]. La primera fue Matar es morir un poco (Two to Tango, 1988), basada en su novela Ultimos días de la víctima, aunque ampliamente reescrita por la guionista estadounidense Yolande Turner. Don Stroud interpreta al asesino a sueldo que encarnaba Federico Luppi en la excelente versión de Adolfo Aristarain [4]; Adrienne Sachs y nuestro Duilio Marzio cubrieron los otros dos protagónicos. Nathán Pinzón se hizo cargo del efímero personaje de Julio de Grazia y también aparecen, en roles marginales, Pablo Novak y Adriana Salonia, entre otros argentinos.
En su libro Pasiones de celuloide Feinmann se refirió a este trabajo: "Ultimos días de la víctima se filmó dos veces. Una de ellas permanecerá como una película bizarra hasta el extremo (lo bizarro de lo bizarro), con un guión perpetrado por una escritora yanki enviada por Roger Corman, que sólo sabía decir en español '¡Entre!' para indicarles a los del servicio de confitería que sí, que podrían entrarle su té con masas a la habitación en que trabajábamos, con Héctor Olivera sin muchas ganas, yo desorientado y escribiendo para la próxima cuota y, en fin, salió una peli de la que hoy, Olivera y yo, al menos, nos reímos cálidamente, como de esas cosas que pasan en la vida, y que pasan de tal modo que todo está destinado a salir condenadamente mal".
Luego el escritor puso su pluma para el argumento original de la última realización de la dupla Corman-Olivera: Play Murder for Me (1990). Aunque en las bases de datos de internet figura como Negra medianoche, la edición local en video de Lucian Film salió con el literal Toca la muerte por mí. En el afiche destacan, arriba, los nombres de Rodolfo Ranni y Gerardo Romano, que en el momento del lanzamiento del VHS eran la parejita de la televisiva Zona de riesgo. Pero en realidad los protagonistas son Jack Wagner, que luego cobraría un poco de fama en la serie Melrose Place, y Tracy Scoggins, una modelo devenida actriz que tuvo su cuarto de hora en los ochenta como la hija de Charlton Heston en la serie Los Colbys (ramificación de Dinastía) pero nunca llegó a jugar en primera. También actúan el ignoto William Burns e Ivory Ocean, que años después tendría un papelito en Carretera perdida (Lost Highway, David Lynch, 1997).
La idea de la película, un policial con clima muy noir, no es mala. Pero fracasa en la ejecución y tiene algunas escenas patéticas. La historia transcurre en Buenos Aires, aunque hay muchos interiores y pocas imágenes de la ciudad. Roberto "Fast" Fernández interpretó parte de la música y Hermenegildo Sábat realizó algunos dibujos que aparecen en pantalla. Además de los mencionados, entre los argentinos integran el elenco Marcos Woinsky [5] y Selva Mayo. Y tiene una breve aparición, diálogo incluido, una chica que por entonces recién empezaba y ahora es una estrella en la farándula local: Araceli González [6].
Dentro de la mediocridad general -siendo benévolo con el adjetivo-, probablemente la más ambiciosa haya sido La muerte blanca (Cocaine Wars, 1985), dirigida por Olivera y basada en un argumento de David Viñas reescrito por el guionista Steve M. Krauser. De hecho, fue la única de estas coproducciones que se estrenó comercialmente en las salas porteñas, el jueves 1 de agosto de 1985, con una pompa excesiva para lo que fueron las críticas. Relata la historia de un agente de la DEA que se infiltra en la organización de un productor de cocaína de un país de América del Sur en el que planean dar un golpe de estado. Gran parte de los exteriores se filmaron en Salta y Jujuy. El protagonista es John Schneider, el rubio de la serie Los duques de Hazzard, y actúan Luppi, Ranni, Haydeé Padilla y Juan Vitali, entre otros locales. Para que se den una idea de la pobreza del film, uno de los trailers lo promocionaba con el latiguillo "The super Duke is back".
Hasta aquí no se ha escrito casi nada de las películas de magos, espadas y mujeres con poca ropa en las que se centró la producción de Corman en Argentina. Allí está, sin dudas, lo más bizarro, berreta y divertido de toda esta historia, que incluye violentas escenas de celos, accidentes casi mortales y hasta un asesinato. A no desesperar: será el tema de una próxima entrada. ■
[1] El término clase B surgió originalmente en los años treinta y cuarenta para designar a las películas que acompañaban, en doble función, a producciones más importantes, de clase A. La premisa puede resumirse en una frase, atribuida a uno de los hermanos Warner: "No la quiero buena, la quiero el martes". Esto no necesariamente habla mal de las películas: en general los equipos eran muy profesionales, de excelente solvencia técnica. Corman, por ejemplo, filmó La tiendita del horror en apenas dos días y tres noches, con resultados notables. Con el tiempo y los cambios en la forma de producción, comercialización y exhibición de films en Estados Unidos, la definición de B-movie se fue desvirtuando: hoy se denomina así a cualquier película de bajo presupuesto. [2] Las principales fuentes de este artículo, aunque no las únicas, fueron los libros Babilonia gaucha (Planeta, 1993) y Babilonia gaucha ataca de nuevo (Sudamericana, 1998), de Diego Curubeto, dos obras imprescindibles a las que se les dedicará una próxima entrada. De lo poco que hay en la web se puede consultar un artículo (en inglés) de Tamara L. Falicov, docente de cine y video de la Universidad de Kansas. Aunque algo tendencioso, cuenta con datos valiosos. [3] Según Amazon.com, seis de las diez películas están editadas en DVD, aunque la mayoría figuran en el catálogo con la leyenda "Currently unavailable. We don't know when or if this item will be back in stock". ¿Cómo ver hoy estas curiosas producciones? En Buenos Aires se pueden recorrer los locales de los alrededores de la esquina de Junín y Tucumán en búsqueda de viejos VHS. Otra opción es buscar en algún programa P2P tipo eMule. Pero no esperen milagros. Y mucho menos subtítulos. [4] Feinmann ostenta un curioso récord: su novela Ultimos días de la víctima fue adaptada tres veces para el cine. Primero Aristarain (1982), luego la mencionada coproducción de Olivera. Por último, el director francés Bruno Gantillon readaptó la historia en Cuba y filmó Les derniers jours de la victime (1995). [5] Es llamativo el caso de Marcos Woinsky: trabajó en ocho de estas diez películas. Pero también participó de casi todas las coproducciones que se hicieron en la época, como Luna caliente (Roberto Denis, 1985), Tango desnudo (Naked Tango, Leonard Schrader, 1991), La peste (Luis Puenzo, 1992) y Evita (Alan Parker, 1996), entre otras. [6] En YouTube se pueden ver la breve escena en la que aparece Araceli González y el trailer de la película. Entradas relacionadas
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