Los partidos políticos, del amor al odio con la sociedad [*]
El cierre de campaña de Raúl Alfonsín, aquel miércoles 26 de octubre de 1983, reunió a más de 500 mil personas en el Obelisco. Dos días después Ítalo Luder juntó unas 800 mil, también en la 9 de Julio. ¿Se puede imaginar hoy semejante poder de convocatoria?
Más allá de la obvia efervescencia por el regreso de la democracia, por la reaparición de las urnas luego de los siete años de oscura y truculenta noche militar, es evidente que algo se rompió en la relación entre la política y la sociedad.
El multifacético peronismo, con su admirable capacidad de reciclado, parece hoy una federación de partidos provinciales. El radicalismo se rompió en mil pedazos, y su estructura tradicional quedó reducida casi a la insignificancia. ¿Qué pasó?
Las raíces del divorcio pueden hallarse en la sublevación carapintada de Semana Santa de 1987, cuando gran parte del Ejército se levantó para exigir a la sociedad y a las instituciones el olvido definitivo del pasado inmediato. "La casa está en orden", dijo Alfonsín, y poco después envió al Congreso la Ley de Obediencia Debida. La política partidaria comenzó así a alejarse de las demandas éticas de la sociedad y se dio por satisfecha con gestionar la coyuntura.
La brecha entre los partidos y la "gente" (término que fue ganando espacio en detrimento del más entrañable "pueblo") se fue ensanchando. La renovación peronista encabezada por Cafiero contra el cajón de Herminio pasó de promesa a decepción y sus jóvenes brillantes (De la Sota, Grosso, Manzano) saltaron ávidos a las filas del inexorable próximo presidente, Menem.
La revolución productiva y el salariazo no tuvieron espacio en el abrazo con los Alsogaray. Ya sin el Muro de Berlín, el Consenso de Washington copó la parada. "Si decía lo que iba a hacer no me votaban", se sinceró luego el riojano. El Pacto de Olivos de diciembre de 1993 no hizo más que abonar el achicamiento del espacio político y el deterioro institucional.
Sospechas de corrupción -que salpicaron a todos los presidentes de esta etapa, con la honrosa excepción de Alfonsín-, farandulización y pizza con champagne. Surge el Frente Grande, luego Frepaso, como primera fisura en el PJ menemista y alternativa al desgastado bipartidismo. "Chacho" Alvarez impulsa dejar lo testimonial para pasar a la acción. Nace la Alianza, que propone "terminar con la fiesta de unos pocos" pero se desmorona antes de alcanzar su segundo año de gobierno. Como había hecho Menem, De la Rúa traiciona banderas históricas de su partido. El país cae en una de las peores crisis políticas de su historia, que sacude todos los espacios de representación.
El "que se vayan todos", un sinsentido, duró tan poco como las asambleas barriales y sus intentos de articular una forma distinta de participación. El PJ, ahora duhaldismo, se hizo cargo de pilotear en la tormenta. Se impulsó la obligatoriedad de internas abiertas y simultáneas, un manotazo que nunca se implementó y cuatro años después fue derogado.
Las elecciones de 2003 presentaron tres candidatos peronistas y otros tantos de extracción radical. López Murphy fue caso testigo de un fenómeno: dirigente conocido con respaldo popular pero sin estructura. Estuvo cerca de entrar al ballottage; en la siguiente presidencial no llegó al 5% de los votos.
La deserción de Menem hizo que Kirchner asumiera con el caudal electoral más bajo de la historia. "Con el peronismo solo no alcanza", repitió el santacruceño. La transversalidad fue sólo un amague. Revitalizó la institución presidencial, gravemente herida luego del fracaso aliancista, pero no supo tener sintonía fina para atender las nuevas demandas de la sociedad, más complejas y exigentes luego de cinco años de crecimiento.
La Concertación Plural con la que Cristina llegó a la Rosada reveló su fragilidad al primer conflicto. Kirchner había prometido dedicarse a la formación de militantes políticos, sujeto básico de la democracia que se extraña mucho desde la última dictadura. Prefirió arroparse en la seguridad del peronismo y los sindicatos, garantes de cierta estabilidad social.
Que la democracia cumpla 25 años es motivo de festejo. Pero perdura aún -algo que ocurre en casi todo el mundo- un distanciamiento entre la clase política y la sociedad civil. El futuro no permite un desborde de optimista en este sentido. ■
[*] Artículo publicado en un suplemento especial del diario La Razón de Buenos Aires del 30 de octubre de 2008, a 25 años del triunfo de Raúl Alfonsín en las elecciones presidenciales de 1983. Revisado hoy, dos años después, el final del texto parece un poco mezquino. Por otra parte, la foto que abre este post, obtenida por el fotógrafo presidencial Víctor Bugge, tiene su propia historia, como bien recuerda Hugo Villalobos en su blog.
Digresión: 27 años de democracia
Publicado el 10.12.10 por Andrés
Etiquetas: digresiones, política |
2 comentarios
muy buen análisis de estos 27 años de democracia y sus frustraciones, tal vez el desafío que se abre es cómo democratizar la democracia, lo que significa mecanismos de participación directa en las decisiones de los gobiernos municipales, provinciales y nacional
ResponderEliminarCuando pienso en el laburo de los asesores políticos, me pregunto, ¿a ninguno se le ocurrió como estrategia escribir las bases del partido y respetarlas sin mezquindades u oportunismo? Entiendo que la videopolítica dió un vuelco al ejercicio político, pero podrían hacer el intento, no parece tan difícil. Muy buena síntesis Andrés.
ResponderEliminarPato