Fue dicho

Al neorrealismo lo inventé yo hace treinta años.
Además de un gran cineasta, Erich von Stroheim fue un hábil declarante. La frase corresponde a una entrevista con cinco periodistas uruguayos, entre ellos Homero Alsina Thevenet, realizada en San Pablo a comienzos 1954, en el marco de un festival en el que se exhibieron cinco de sus películas.

Más allá de la arrogancia de sus dichos, la idea no está mal: el neorrealismo italiano, que nació en 1943 con Obsesión (Ossessione), de Luchino Visconti, encuentra un antecedente en algunos aspectos del naturalismo de Avaricia (Greed, 1924), sobre todo su marcado énfasis en la pobreza y su obsesión por la autenticidad. ■

Batman, en defensa del orden establecido

Christian Bale como Batman en 'El caballero de la noche'
Casi todos los superhéroes del cómic estadounidense tiene una impronta claramente conservadora. Trabajan para mantener el orden establecido. No pretenden, por caso, modificar las condiciones que generan delincuencia: sólo buscan meter presos a los villanos. Y los villanos suelen perseguir objetivos tan individuales como egoístas: dominar el mundo, por ejemplo.

Afiche de 'Batman, el caballero de la noche'
BATMAN, EL CABALLERO DE LA NOCHE (2008)
Título original: The Dark Knight. Fecha de estreno: en Estados Unidos, 18 de julio; en Argentina, 17 de julio. País: Estados Unidos. Duración: 152 minutos. Dirección: Christopher Nolan. Producción: Christopher Nolan, Charles Roven y Emma Thomas. Guión: Christopher Nolan, Jonathan Nolan y David Goyer. Fotografía: Wally Pfister. Montaje: Lee Smith. Música original: James Newton Howard y Hans Zimmer. Elenco: Christian Bale (Bruce Wayne/Batman), Heath Ledger (Guasón), Aaron Eckhart (Harvey Dent), Michael Caine (Alfred), Maggie Gyllenhaal (Rachel Dawes), Gary Oldman (James Gordon), Morgan Freeman (Lucius Fox), Eric Roberts (Salvatore Maroni).

En Batman, el caballero de la noche, ese orden se ve sacudido por la irrupción de un personaje enfermizo y psicótico, caótico, que mete una cuña en la clásica antinomia buenos-malos. Pero esta versión del hombre-murciélago poco tiene que ver con la de Tim Barton, y menos aún con los engendros de Joel Schumacher. Ni hablar de le televisiva versión pop de los sesenta.

Como el James Bond de Daniel Craig, este es el Batman de la era Bush. Más que de superhéroe el suyo es un accionar parapolicial. Se mete ilegalmente en otro país para capturar a un tipo, maltrata a un detenido para conseguir información, invade la privacidad de millones de personas. Primero pega y después pregunta. En este sentido sería sencillo sostener que el Guasón simboliza la amenaza terrorista, una de las banderas de la política estadounidense post 11-S. Pero la ambigüedad del film de Christopher Nolan (como la del humanamente dubitativo Bruce Wayne) no permite lecturas tan lineales.

La primera toma, un travelling aéreo, ya ofrece pistas sobre lo que se verá en las más de dos horas que siguen. Un film complejo en su narración, de ritmo vertiginoso, que no da descanso ni en sus escenas más serenas, cuando imperan los diálogos. Adulto y violento, aunque la violencia permanezca casi siempre en el fuera de campo. Más cercano en su estructura a un policial de Michael Mann que a cualquier otra adaptación de historietas, por momentos abruma pero jamás deja de entretener. Es como un coche en furioso movimiento al que el espectador se sube para transitar un presente continuo que nunca se detiene para mirar hacia atrás.

Todo esto se sostiene en sólidas actuaciones (lo de Heath Ledger está muy bien, sí, ayudado sin dudas por una impecable caracterización; pero, bien sabido es, nada redime más que la muerte) y notables efectos especiales puestos al servicio de una buena historia, que aunque se va desilachando al andar y cae en algunos maniqueísmos e inverosimilitudes no deja de ser vibrante. Se nota el buen pulso de Nolan, tanto para algunas escenas de acción pura y dura como para otras más líricas.

Ante tanta invasión de tanques que sólo buscan réditos comerciales, ante tanto blockbuster sin la más mínima inquietud artística, esta película funciona casi como un bálsamo. Reafirma que Hollywood es imbatible a la hora de ofrecer cine-espectáculo, pero en este caso además con ideas, inteligencia y algunos riesgos. Un film que aunque no se plantea romper esa lógica conservadora y algo infantil consigue ser un entretenimiento de calidad y sin subestimaciones. ■

> Esta reseña fue ampliamente revisada en una entrada posterior.

El día que volverán a paralizar la Tierra

Jennifer Connelly en 'The Day the Earth Stood Still' (2008)
Quienes vengan siguiendo desde hace un tiempo este espacio sabrán de la debilidad de su autor por Jennifer Connelly. Actriz sólida y efectiva que jamás alcanzó -tal vez por decisión propia- la carrera que se merecía, ganadora de un Oscar por la muy mediocre Una mente brillante (A Beautiful Mind, Ron Howard, 2001), es una de las mujeres más hermosas que dio el cine.

Jennifer además vive en Brooklyn, lejos del glamour insustancioso de Los Angeles, y no vota a los republicanos. Pero -esto ya no es tan bueno- filma relativamente poco y de manera esporádica: una docena de películas en los últimos diez años. Por eso siempre es bueno tener información suya.

En Argentina se espera la salida del DVD (ya casi no hay esperanzas de un estreno en cines) de Reservation Road (Terry George, 2007), un drama con Joaquin Phoenix, Mark Ruffalo y Mira Sorvino. Y en las últimas semanas llegaron noticias sobre un rifirrafe con Jennifer Aniston, ambas integrantes, junto a Scarlett Johansson, Ben Affleck, Drew Barrymore y Kris Kristofferson, del estelar elenco de He's Just Not That Into You, comedia de Ken Kwapis prevista para el año próximo.

Pero lo más interesante es su participación en la remake de un clásico de la ciencia ficción de los cincuenta: El día que paralizaron la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 1951), de Robert Wise, una de las tantas películas del género que surgió al calor de la Guerra Fría, como contextualiza un muy buen artículo del blog La tetona de Fellini. Aunque vista hoy pueda parecer simplona y hasta naíf, aquella primera versión fue bastante osada en sus días. Tanto que el Comité Parlamentario sobre Actividades Antiamericanas tanteó a Wise para saber si estaba vinculado al comunismo.

Afiche de 'El día que paralizaron la tierra' (1951)Un platillo volador aterriza en Washington. De la nave baja un sujeto con extraña vestimenta y, aunque dice venir en son de paz, las fuerzas armadas estadounidenses, inquietas, lo reciben con un disparo. Luego de pasar por un hospital, Klaatu, el alienígena en cuestión, intenta llevar a cabo su cometido: advertirles a los líderes del mundo que paren su carrera nuclear porque otras civilizaciones temen que la Tierra se vuelva peligrosa para la galaxia. Klaatu, ingenuo, no contaba con las tensiones internas del planeta, que le imposibilitan una reunión con todos los jefes de estado. Entonces escapa y se mezcla entre los humanos, en un intento por encontrar a alguien que pueda escucharlo. Se trata de un film austero, de producción moderada y buenas ideas.

Hace unos días se lanzó el primer trailer de la nueva versión, que se estrenará el 12 de diciembre en Estados Unidos y aquí está prevista para el 8 de enero de 2009. La dirige Scott Derrickson, el de El exorcismo de Emily Rose (The Exorcism of Emily Rose, 2005). Klaatu está interpretado por Keanu Reeves, lo que no genera muchas esperanzas: su grito sobre el final de Matrix debería quedar en la antología de las escenas más involuntariamente cómicas de la historia del cine. Jennifer es Helen Benson, que no será una secretaria como en la versión original sino una experta en microbiología de la Universidad de Princeton. El elenco lo completan Kathy Bates, el inglés John Cleese y Jaden Smith, el hijo de Will. La gran pregunta es cómo intentarán recrear hoy el clima de la película de Wise, ya que los contextos son bastante diferentes.

Por la grandilocuencia desmedida de algunas imágenes del trailer, los antecedentes del director y el protagonismo de Reeves, el no siempre confiable olfato cinéfilo prevé un film de escasos méritos. Pero de todas maneras ahí estará este bloguer, recostado en su butaca, aunque más no sea para reafirmar cuán difícil es enojarse con una película cuando Jennifer Connelly aparece sonriendo en la pantalla. ■

Los asesinos de Burt Lancaster, Cassavetes y Tarkovsky

Ava Gardner y Burt Lancaster en 'Los asesinos' (1946)
Dos matones de sobretodo y sombrero entran al restaurante de un pueblo. Maniatan al cocinero y a un cliente y amenazan al dueño. Les dicen que están esperando a una persona que todas las noches cena allí, un boxeador sueco de apellido Anderson. No lo conocen, pero vienen a matarlo. La víctima no llega, y después de unas horas de esperar los matones deciden irse. Entonces el cliente del restaurante va a buscar a Anderson y le dice que quieren matarlo. El sueco, lejos de sorprenderse, se lo toma con calma. Se queda tirado en la cama, sin intensión de huir ni buscar ayuda. Está resignado, cansado de escapar de un final que parece inexorable.

Los asesinos (The Killers) es un cuento corto de Ernest Hemingway, publicado originalmente en 1927 en la revista Scribner's Magazine. Se lo puede leer completo en el sitio Ciudad Selva. Aunque la historia parece una trivialidad, insinúa una tragedia. No se sabe por qué los matones quieren asesinar al sueco. Tampoco si logran su cometido, aunque se da a entender que sí. Pero, sobre todo, no ofrece pistas sobre los motivos de la resignación de Anderson.


Una adaptación inventada

Hollywood adaptó dos veces esta breve historia. La primera se estrenó en 1946 y la dirigió Robert Siodmak, un alemán que, como muchos otros, llegó a Estados Unidos al escapar del nazismo. En Argentina se la conoció con el literal Los asesinos, pero en España el título fue Forajidos.

Escenas de 'Los asesinos' (1946)En su primer trabajo fuera de los grandes estudios, el productor Mark Hellinger pagó 36.750 dólares por los derechos del relato. Según cuenta Homero Alsina Thevenet en uno de los artículos de Historias de películas, el guión estuvo a cargo de Anthony Veiller y John Huston, aunque este último no apareció en los créditos porque tenía contrato con la Warner. La historia toma el cuento de Hemingway como punto de partida, lo narra en los primeros quince minutos y luego inventa toda una trama que explica por qué quieren matar a Anderson y por qué él está dispuesto a dejarse morir.

La película marcó el debut de Burt Lancaster, que venía de una carrera como acróbata y luego se convertiría en una estrella, Oscar incluido. Y fue, luego de un par de docenas de apariciones menores en la pantalla grande, el primer papel importante de la bellísima Ava Gardner, que unos años más tarde se casaría con Frank Sinatra.

El sueco Anderson (Lancaster), boxeador sin futuro, se involucra con una mujer fatal, Kitty Collins (Gardner), y se une a una banda encabezada por Jim Colfax (Albert Dekker) para robar una fábrica. En medio de traiciones y juegos a dos puntas, Anderson se queda con los más de 250 mil dólares del botín en complicidad con Kitty. Pero la mujer lo traiciona y el sueco, desilusionado, se retira y comienza una nueva vida en un pueblito a la espera del inexorable final.

Se trata de un film-noir clásico aunque complejo, lleno de flashbacks, en el que la narración sigue la investigación de un inspector de una compañía de seguros (Edmond O'Brien). Recibió cuatro nominaciones a los premios Oscar, una de ellas por guión adaptado. Pero con sólo verlo queda claro que aunque nace del cuento de Hemingway la mayor parte de la historia fue inventada para el film.


De la televisión al cine

La segunda película es de 1964. También titulada The Killers, en Argentina se la conoció como Amor de víbora y en España como Código del hampa. Planeada originalmente por la NBC como un telefilm, por su violencia finalmente fue estrenada por la Universal en cines. La dirigió ese gran artesano que fue Don Siegel y, más allá del cuento de Hemingway, tiene varios puntos en común con la versión anterior, una clara influencia.

Escenas de 'Los asesinos'El sueco Anderson se llama aquí Johnny North, y no es boxeador sino piloto de carreras. Lo interpreta John Cassavetes, un auténtico outsider que supo como pocos combinar una carrera sumamente personal dentro y fuera del mainstream. Con algunas variantes, la respuesta a por qué se queda esperando que lo maten sin intención de defenderse es la misma que en el film de Siodmak: la desilusión ante la traición femenina.

La investigación la llevan adelante los propios asesinos (Lee Marvin y Clu Gulager) luego de matar a North en una escuela para ciegos. Los impulsan dos cuestiones: saber qué lo motivó a no oponer resistencia y obtener el botín del robo, que en este caso es de un millón de dólares.

Como en la primera versión, North se relaciona con una mujer fatal, Sheila Farr (Angie Dickinson), que por sus habilidades al volante logra involucrarlo en el asalto a un camión del correo. Al jefe de la banda, que además es el amante de Sheila, lo interpreta Ronald Reagan, unos cuantos años antes de que alguien (ni siquiera el doctor Brown de Volver al Futuro) pudiera imaginar que llegaría a ser presidente de Estados Unidos. De hecho, este fue su último papel en el cine antes de ingresar a la política, y el único villano de su carrera.

Con varios fashbacks y muertes por doquier, la historia, aunque con una estética demasiado televisiva, va ganando intensidad a medida que avanza. El cierre es más trágico que el de la versión de 1946, y combina elementos de los finales de tres grandes policiales de los cincuenta: Mientras la ciudad duerme (The Asphalt Jungle, John Huston, 1950), Rififi (Du rififi chez les hommes, Jules Dassin, 1955) y Casta de malditos (The Killing, Stanley Kubrick, 1956).

Lamentablemente ninguna de las películas fue editada en DVD en Argentina. Sólo se consigue una excelente edición de Criterion (perdón por la redundancia) de dos discos, uno por película, aunque sin subtítulos en castellano. En Amazon se ofrece a 31,99 dólares.

Curiosidad: la actriz Virginia Christine trabajó en ambos films. En el primero interpreta a Lilly, una novia del sueco Anderson que al final se casa con el teniente Sam Lubinsky. En el segunda, 18 años después, tiene una breve aparición al comienzo como la señorita Watson, recepcionista ciega que atiende a los asesinos cuando van a matar a North.


Un estudiante con futuro

Entre las dos mencionadas hubo una tercera versión, la más curiosa de todas y también la menos conocida. La realizó el ruso Andrei Tarkovsky en 1958, mientras era estudiante del Instituto Estatal de Cinematografía (VGIK), en Moscú, como un ejercicio para la clase que dictaba Mikhail Romm.

Tarkovsky dirigió el cortometraje con dos compañeros de estudio, Marika Beiku y Aleksandr Gordon. El film está claramente dividido en tres partes: el comienzo y el final, que transcurren en el restaurante al que llegan los asesinos, y la escena en la que le avisan a Anderson, en la habitación de un hotel, que dos hombres quieren matarlo. Gordon cuenta en un artículo publicado en el excelente sitio Nostalghia (que recopila información sobre vida y obra del realizador de Solaris) que Tarkovsky se encargó de la primera y la última junto a Beiku, aunque él tomó la mayoría de las decisiones.

Si bien se trata de su primer trabajo, Ubiitsy (título en ruso) ya deja ver algunas de las características que luego integrarían el repertorio del genial director ruso. Diálogos breves, un buen manejo de las pausas y los silencios, algunos interesantes movimientos de cámara, el clima de tensión. El propio Tarkovsky, aún sin su clásico bigote, interpreta a uno de los clientes que entran al restaurante donde los asesinos esperan al sueco. Mientras aguarda que le preparen un sándwich para llevar silva la popular canción Lullaby of Birdland, de George Shearing y George David Weiss.

La cinta está disponible en una edición en VHS de Yesterday Video Home junto a otro de sus primeros trabajos, La aplanadora y el violín (Katok i skripka, 1961). O, más cómodo, pueden hacer click en el video de más arriba para ver el corto, completo y con subtítulos. Se trata de la transcripción cinematográfica más fiel del cuento, y para eso alcanzan sus 19 minutos. Como bien señala Alsina Thevenet, podría haber sido aprobada por Hemingway. Aunque lo más probable es que en el momento del suicidio el autor de El viejo y el mar ignorara su existencia. ■