Increíble pero irreal: los falsos documentales.
Una de las cosas que hizo grande al neorrealismo italiano fue, como sostenía André Bazin, "haber recordado una vez más que no hay 'realismo' en el arte que no sea ya en su comienzo profundamente 'estético".
La de realismo es una idea que atraviesa a todo el cine (a todo el arte), y que suele remitir a la clásica pregunta sobre la cuestión ontológica. Las discusiones a su alrededor son inacabables, e intentar abarcarlas no es la pretensión de este post. Pero a modo de simplificación -una simplificación que podría escandalizar a más de un estudioso- se puede decir que, en relación a los materiales y códigos de expresión, hay elementos que hacen a una obra más "realista". Así, la imagen en color es más "realista" que el blanco y negro, y Rosetta (Luc y Jean-Pierre Dardenne, 1999) es más "realista" que Amélie (Le fabuleux destin d'Amélie Poulain, Jean-Pierre Jeunet, 2001).
Cuando se estrenó, en 1999, algunos creyeron ver en El proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, Daniel Myrick y Eduardo Sánchez) un renacimiento del género, una película originalísima que le daba una cachetada a Hollywood. El tiempo, que suele ser implacable, dejó en claro que se trató más bien de una campaña publicitaria, tal vez de las más ingeniosas de los últimos años, y que en lo cinematográfico no era para tanto. Pero mejor empezar por el principio.
La idea del falso documental en la que se apoyó El proyecto... no era para nada nueva. De hecho es casi tan vieja como el cine. En 1898 Francis Doublier, uno de los operadores de los hermanos Lumière, armó una biografía apócrifa sobre el escándalo del capitán Dreyfus que pasó por verídica hasta que el historiador Jay Leyda reconstruyó el caso. Doublier, uno de los primeros realizadores que pareció tener conciencia de su intención documental, rodó, seguramente sin pensarlo en estos términos, el primer falso documental.
Aquí se debe recurrir nuevamente al gran Orson Welles: su adaptación radial de La guerra de las mundos (War of The Worlds), el clásico de H. G. Wells, emitida por la CBS el 30 de octubre de 1938, es un precedente ineludible. "Cuando transmitíamos la fantasía de la destrucción de Nueva Jersey descubrimos que la extensión de la capacidad de nuestro país para dejarse arrastrar por una emoción había sido infravalorada", contó en Ciudadano Welles. Quizá el paso de los años haya agigantado el suceso, pero que Welles tuviera que pedir disculpas públicamente y que 1,7 millón de los cerca de nueve millones de oyentes hayan reaccionado con alguna acción (quejas, cartas, llamados a la policía o a los bomberos) hablan a las claras del impacto de aquella transmisión.
La sensación de realidad que en aquel momento podía ofrecer la radio se trasladó luego a la televisión. Es allí donde el método Welles de falso documental fue explotado con más éxito y repercusión. Una lista de ejemplos debería incluir las teorías "conspiranóicas" de Alternative 3 (Christopher Miles, 1977); la amenaza nuclear de Special Bulletin (Edward Zwick, 1983); el temor a una guerra entre la Unión Soviética y Estados Unidos de Countdown to Looking Glass (Fred Barzyk, 1984); la casa invadida por fantasmas de Ghostwatch (Lesley Manning, 1992); la peligrosa caída de meteoritos de Without Warning (Robert Iscove, 1994).
Se trata en todos los casos de obras de ficción que muestran, con mayor o menor empeño, los hechos como si fueran verdad, sin aclarar de manera explícita que se trata de una ficción (bueno, al final suele haber un "la historia y los personajes de esta película son totalmente ficticios" o algo por el estilo, casi siempre medio escondido). Parte del juego es ese: pretender que lo que se muestra ocurrió o está ocurriendo realmente.
Falsos documentales hubo muchísimos a lo largo de la historia del cine. En el blog La Página 36 se puede encontrar un buen recorrido, bastante minucioso, al respecto. Pero en general lo más destacado de este subgénero son aquellas películas que no se empeñaron en correr detrás del realismo. Por nombrar sólo algunos casos: la brutalidad estatal de Punishment Park (Peter Watkins, 1971); de nuevo Orson Welles, ahora como genial manipulador en la sala de montaje de Fraude (F for Fake/Vérités et mensonges, 1974); la disparatada e hilarante vida de Leonard Zelig en, claro, Zelig (Woody Allen, 1983); el negrísimo humor de Sucedió cerca de su casa (C'est arrivé près de chez vous, Rémy Belvaux, André Bonzel y Benoît Poelvoorde, 1992).
Lo que hizo buenas a esas películas, entre otras cosas, es que recordaron aquello de que no hay "realismo" en el arte que no sea ya en su comienzo profundamente "estético". Lamentablemente, como se verá más adelante, no siempre fue así. ■
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Publicado el 22.12.08 por Andrés
Etiquetas: Etcéteras, Orson Welles, terror |
3 comentarios
Andrés: Muy bueno. Lo de Welles en la radio es tema aparte y dio lugar a una pleícula.
ResponderEliminarIgual, no se si el post tendrá terceras y cuartas partes pero el género (?) cobró cierto vuelo ahora. La última que recuerdo es la archi genial "My winnipeg" de Guy Maddin Que peli! Mein Gott!
Slds
Saludos a todos los lectores y seguidores de este blog, sólo queria felicitar a la Blogger por el blog e invitarlos a todos a que entren a www.elgermenpop.blogspot.com y voten por lo mejor de 2008.
ResponderEliminarJB. Habrá una tercera parte y última parte. My Winnipeg la dieron en el último Bafici, pero no la ví. Escuché y leí muy buenos comentarios, así que voy a ver si la consigo.
ResponderEliminarelgermenpop. Gracias por los saludos. Le pegué una mirada a tu blog, pero de rock peruano la verdad es que no conozco nada. Igual voté en algunas categorías.
Saludos