Identidad desconocida (The Bourne Identity, 2002), película que abrió la saga, tenía el mérito -entre otros- de ser una de acción pre-Matrix, sin grandilocuencias ni espectacularidades (a pesar de la excesiva resolución final, único momento en que el film se sale de registro), con una violencia adulta y creíble. En La supremacía de Bourne (The Bourne Supremacy, 2004) Paul Greengrass dejó de lado el estilo más clásico y austero de Doug Liman y a los aciertos anteriores les sumó una cámara inquieta y un montaje a puro vértigo.
BOURNE: EL ULTIMATUM (2007)
Título original: The Bourne Ultimatum. Fecha de estreno: 3 de agosto (EE.UU.); 30 de agosto (Argentina). País: EE.UU. Duración: 111 minutos. Dirección: Paul Greengrass. Producción: Patrick Crowley, Frank Marshall, Paul Sandberg. Guión: Tony Gilroy, Scott Z. Burns y George Nolfi, sobre una novela de Robert Ludlum. Montaje: Christopher Rouse. Música: John Powell. Elenco: Matt Damon (Jason Bourne), Julia Stiles (Nicky Parsons), David Strathairn (Noah Vosen), Scott Glenn (Ezra Kramer), Albert Finney (Dr. Albert Hirsch), Joan Allen (Pamela Landy).
Bourne regresa (o continúa) para conocer aquella identidad robada. Amnésico, no busca venganza sino respuestas sobre un pasado difuso que lo atormenta: quién es, por qué lo persiguen, quién lo transformó en una máquina de matar. Londres, Madrid, Tanger y Nueva York serán escenarios de persecuciones feroces y enfrentamientos a muerte que casi no darán tregua. A diferencia de la mayoría de producciones mainstream recientes, la cuestión tecnológica está bien resuelta, es verosímil (siempre en el marco de la ficción) y, a pesar de ocupar un espacio casi coprotagónico, funcional al relato.
También Greengrass regresa para decirnos más sobre el mundo post 11-S luego de la excelente Vuelo 93 (United 93, 2006). La CIA se presenta aquí de manera natural como un organismo que no duda en apelar a las peores atrocidades con la excusa de velar por la seguridad nacional. Aunque tal vez algo explícitas, todas las comparación con la invasión a Irak y las reiteradas vejaciones de los marines estadounidenses no son casuales. El inglés, además, retrata de manera compleja un mundo igualmente complejo y ambiguo, sin verdades absolutas y cargado de medias tintas.
Probablemente el final, algo sobreexplicado y concesivo, que redime a Bourne y lo coloca en un estado inicial de inocencia, sea el punto más flojo de una película que tiene muy pocos. Incluso el clásico cierre con Extreme ways, tema supremo de Moby, aparece aquí reversionado, con unos coros que lo tornan más luminoso y hasta optimista. Pero, como sostenía André Bazin, en lo global los defectos son parte indispensable de las obras de arte tanto como sus virtudes. Y Bourne: el ultimátum, mal que le pese a unos cuantos, es una obra de arte. ■